jueves, agosto 27, 2009

27 de Agosto de 2009

Invierno soleado. Al medidodía venía un amigo de Beto a traerme algo de su parte, un cuaderno. A la tardesita nos encontrábamos en la calle y nos metíamos en el hall de un lujoso edificio. Nos sentábamos en un sillón, y él me decía que leyera su cuaderno. Como estaba en penumbras no entendía nada, así que prendía la lámpara (y prácticamente me tenía que pegar a él para poder leer) y él me leía. Eran anécdotas de cuando iba a la secundaria, diálogos con profesores entre sus amigos barderos y él. Después íbamos a cenar. Era un restaurant grande pero lleno de gente, lográbamos sentarnos en una mesa y charlábamos un rato. Cuando nos estábamos yendo él le sacaba un sandwich de milanesa enorme a alguien de su mesa, que era como una goma elástica gigante. A punto de salir por la puerta, yo me daba cuenta de que me había olvidado las zapatillas en la mesa y andaba en patas y con la calza violeta. (y con mi jean en la mano). Las recuperaba y de paso iba al baño. Caminando por la calle yo lo interrumpía para contarle que, en el edificio, cuando estábamos sentados, al lado nuestro en el otro sillón había tres tipos, y el del medio era mi peluquero. Mi peluquero casado y con un hijo que iba a mi colegio. Y yo veía, disimuladamente, cómo él le agarraba las piernas a los otros dos hombres que tenía al lado (y le mostraba a Beto ''así''), y le preguntaba retóricamente si él se toqueteaba así con sus amigos, porque no me parecía. Beto me contestaba que no, y como era un ex-gay, tampoco podía opinar, y ante mi extrañeza me miraba y muy seriamente me decía ''Sí, ex-gae''

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